Por: José Gregorio Cabrera
En el argot coloquial norteamericano existe una frase que reza: “Toolittle, too late”, la cual se utiliza para indicar que una decisión o esfuerzo no es suficiente y que se ha tomado muy tarde como para lograr el objetivo deseado.
Este parece ser el caso de la decisión del presidente de los Estados Unidos, Joseph -Joe- Biden, quien el pasado domingo, mediante un comunicado colgado en sus redes sociales, comunicó que no perseguirá la re-elección presidencial. Si bien esta decisión era de esperarse, sobre todo tras las expresiones vertidas por numerosos líderes Demócratas, no queda claro si el tiempo que resta para las elecciones es suficiente para recuperar el terreno perdido ante el candidato Republicano, Donald Trump.
Joe Biden, con una carrera política de más de cuatro décadas, ha sido una figura central en la política estadounidense. Sin embargo, la carga de la presidencia y las crecientes preocupaciones sobre su edad y salud se convirtieron en el tema central de la discusión de este proceso electoral, otorgando con esto una ventaja importante a su contrincante.
Quizás tratando de cubrir esta situación, Biden anunció de inmediato su endoso a favor de la vicepresidente Khamala Harris. Este endoso no sólo resultó inesperado por las diferencias de corrientes políticas que representan el presidente y la vicepresidente (Obama y Clinton, respectivamente), sino también porque debido a esta división Harrisfue mantenida en la invisibilidad política durante este cuatrienio, situación que, de ser Harris la elegida por los Demócratas como candidata, será objeto de ataques por parte de un Trump que se crece en el conflicto.
Los Demócratas enfrentan una encrucijada que los obligará a elegir a un candidato o candidata que tenga la capacidad de unificar al partido y atraer tanto a los votantes progresistas como a los moderados. En segundo lugar, el Partido Demócrata debe reevaluar su plataforma y estrategia de campaña, la renuncia de Biden ofrece una oportunidad para refrescar y revitalizar el mensaje del partido, concentrándolo en temas que resuenen con la mayoría de los estadounidenses, como es la economía, el costo de los alimentos y la generación de más y mejores empleos.
Por su parte, Trump no queda exento de los efectos de esta renuncia. Tras sustentar el mensaje de su campaña en los errores y debilidades de Biden, la elección de un nuevo contrincante lo obligará a redirigir su mensaje, llevándolo de un territorio de conversación en el que se siente muy cómodo como es el conflicto, a un nuevo espacio en el que se verá obligado a discutir estadísticas, números y políticas públicas.
Sin dudas, estamos ante un escenario con resultados inciertos en el que hasta ahora el gran ganador es un Biden que, a pesar de sus evidentes afecciones de salud, se retira habiendo agotado un excelente gobierno y dándole al mundo una valiosa lección sobre liderazgo responsable.
La renuncia de Biden fortalecerá a su partido, ofreciéndole una oportunidad para renovar su liderazgo y visión. Su desprendimiento debe interpretarse como un acto de sabiduría y humildad, ya que, al reconocer el momento adecuado para retirarse, Biden evita los riesgos de una campaña potencialmente divisiva y abre la puerta a una nueva generación de líderes dentro del partido Demócrata. Al dar un paso al lado, Biden ha dado un inmenso paso al frente al evitar el desmoronamiento de un legado que, como en su caso, está muy por encima de unas elecciones.