Con la muerte del Papa Francisco, la República Dominicana despide no solo a un líder espiritual del mundo, sino a una figura que mantuvo gestos sinceros de afecto hacia nuestro país. Aunque nunca visitó el país durante su pontificado, su cercanía se expresó a través de mensajes, encuentros, y símbolos que hoy cobran especial significado.
El más reciente y conmovedor de sus gestos fue tras la tragedia ocurrida en Jet Set, en respuesta, el Papa Francisco envió un telegrama al arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, en el que ofrecía sufragios por el eterno descanso de las víctimas, expresaba su consuelo a las familias, y alentaba a las autoridades y al pueblo dominicano a perseverar en los esfuerzos de ayuda. Como signo de esperanza, impartió su bendición apostólica, confirmando una vez más su cercanía espiritual con la nación.
Uno de los momentos más simbólicos de esa relación se produjo en mayo de 2024, cuando el presidente Luis Abinader fue recibido en el Vaticano por el Santo Padre. Durante la audiencia, Abinader le obsequió una imagen de la Virgen de la Altagracia y un rosario confeccionado con plata esterlina y cuentas de larimar, la piedra semipreciosa nacional. La medalla central incluía la imagen oficial de la Virgen protectora del pueblo dominicano, en un gesto profundamente simbólico que el Papa recibió con gratitud.
A lo largo de su pontificado, Francisco expresó en varias ocasiones su aprecio por la República Dominicana. En 2014, al recibir una delegación oficial, afirmó: “La República Dominicana es tierra de fe, de alegría y de esperanza. Cuiden esa fe, cultiven esa alegría y nunca dejen de buscar la justicia para todos”. También se refirió en diferentes momentos a los pueblos del Caribe como ejemplos de resistencia y fe, incluso en medio de las dificultades sociales y económicas que enfrentan.
En las ceremonias del Vaticano, no era extraño ver ondear la bandera dominicana entre los fieles que asistían a los Ángelus y a las audiencias generales. Francisco recibía con calidez a peregrinos y comunidades dominicanas residentes en Europa, recordando sus tradiciones, su música y su devoción popular.
Su figura fue admirada por muchos dominicanos por su coherencia entre palabra y acción, por su sencillez, y por su mensaje de una Iglesia cercana a los pobres y abierta al mundo. Aunque nunca visitó físicamente el país, sus mensajes y gestos fueron suficientes para muchos fieles que hoy lo despiden con respeto y afecto.
El legado de Francisco en la República Dominicana queda marcado por su opción por los humildes, su predicación sobre la justicia social, y su constante llamado a la paz, la compasión y la dignidad humana. Y en ese último gesto, consolando desde Roma al pueblo dominicano tras una tragedia nacional, reafirmó lo que ya muchos sentían: que su corazón, aunque universal, también latía por esta tierra de fe.

