domingo, julio 27, 2025
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Las personas fuertes también necesitan abrazos

Vivimos en una sociedad que admira la fortaleza. La aplaude. La premia. Pero también la da por sentada. Porque cuando alguien siempre está bien, nadie se detiene a preguntar cómo está. Cuando alguien cuida, todos se dejan cuidar. Cuando alguien ama con todo el corazón, muchos creen que ese amor es infinito, inagotable, y por eso apenas devuelven una parte, una pequeña muestra, una respuesta medida.

Pero la verdad es que incluso las personas fuertes también se cansan. También lloran, también dudan, también se rompen. Lo hacen en silencio, porque el rol que han asumido (o que les han asignado) es el de sostenerlo todo, el de cargar con los demás, el de no fallar nunca.

Las personas fuertes suelen ser las primeras en tender la mano, en decir «aquí estoy» cuando alguien más se desmorona. Son ese refugio, ese soporte, esa voz que da aliento. Pero, ¿quién les pregunta si necesitan un abrazo? ¿Quién se ofrece a sostenerlas cuando ya no pueden más?

El que cuida también quiere ser cuidado. No como una transacción emocional, sino como un acto de humanidad. Porque cuidar sin ser cuidado agota. Amar sin ser amado duele. Ser el fuerte siempre desgasta. Todos necesitamos, en algún momento, saber que no estamos solos.

Ser fuerte no debería ser sinónimo de ser invulnerable. Al contrario, muchas veces la mayor fortaleza está en permitirse sentir, en pedir ayuda, en admitir que algo duele. En decir: «yo también necesito que me abracen», «yo también quiero que alguien me escuche», «yo también quiero que me amen con la misma intensidad con la que yo amo».

No des por hecho que quien sonríe está bien. No creas que quien siempre puede, no necesita una mano. Acércate. Pregunta. Cuida también al cuidador. Ama también al que siempre te ama.

Porque incluso las personas más fuertes… también necesitan ser sostenidas, necesitan abrazos.

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