sábado, julio 12, 2025
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Lo que no ves en el agua, qué tan seguras son realmente las piscinas

Nadar es, para muchos, uno de los mayores placeres del verano. Es un ejercicio completo, de bajo impacto y altamente recomendado para la salud cardiovascular. Sin embargo, las piscinas públicas esconden secretos que pocos imaginan, incluso detrás de su característico olor a cloro.

Aunque los sistemas de desinfección han mejorado enormemente, las piscinas pueden seguir siendo focos de infecciones si no se mantienen adecuadamente. Uno de los principales enemigos de la higiene en estos espacios es el criptosporidio, un parásito capaz de provocar infecciones estomacales que incluyen diarrea, vómitos y dolor abdominal. Lo preocupante es que este microorganismo es resistente al cloro, sobreviviendo más de una semana incluso en piscinas bien tratadas.

Estudios revelan que tanto adultos como niños ingieren inevitablemente agua de piscina mientras nadan: alrededor de 21 mililitros por hora en adultos y hasta 49 mililitros en niños. Esto incrementa el riesgo de contagio si el agua está contaminada. Investigaciones han demostrado que en horas de mayor concurrencia, la presencia de criptosporidio en las piscinas es más alta, aumentando las probabilidades de brotes.

Pero el criptosporidio no es el único riesgo. Las piscinas pueden albergar bacterias como estafilococo, que pueden provocar infecciones cutáneas, y hongos responsables de afecciones en la piel y los pies. Otra amenaza es el llamado “oído de nadador”, una infección frecuente causada por la permanencia prolongada de agua en el canal auditivo. En casos excepcionales, parásitos como la acanthamoeba pueden causar infecciones oculares graves.

Además, las piscinas pueden ser un medio de transmisión de bacterias por inhalación, como la legionela, responsable de infecciones pulmonares si se inhala agua contaminada en forma de diminutas gotas. Aun así, los expertos coinciden en que los brotes de enfermedades en piscinas públicas son relativamente raros, gracias a los procesos de cloración y filtrado que, en general, resultan efectivos.

No obstante, existe un detalle curioso y, para muchos, desconocido: el olor intenso a cloro que se percibe en el ambiente de una piscina no proviene del cloro puro, sino de compuestos llamados cloraminas. Estas sustancias se forman cuando el cloro reacciona con restos de sudor, orina y otros fluidos corporales presentes en el agua. Además de ser irritantes para ojos y vías respiratorias, las cloraminas indican que hay material orgánico en el agua, lo que podría degradar la eficacia del cloro como desinfectante.

Para reducir los riesgos, los especialistas recomiendan ducharse antes de ingresar al agua, no tragar agua de la piscina y reportar de inmediato cualquier incidente de contaminación. También es clave que las piscinas cuenten con buena ventilación y un control riguroso de los niveles de cloro y pH.

Aunque nadar en aguas abiertas pueda parecer más seguro, ríos, lagos y mares tampoco están exentos de riesgos, ya que pueden contener aguas residuales o heces de animales.

La buena noticia es que, cuando se mantienen correctamente, las piscinas representan un riesgo bajo para la salud pública. Los beneficios de la natación superan ampliamente los peligros, siempre que se sigan medidas básicas de higiene y prevención. Así que, si tienes pensado darte un chapuzón, no lo dudes: disfruta del agua, pero hazlo con precaución y, sobre todo, ¡recuerda ducharte antes de entrar!

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