domingo, agosto 24, 2025
spot_img
InicioOpiniónLa sociedad de la apariencia: el precio de pertenecer

La sociedad de la apariencia: el precio de pertenecer

La sociedad de la apariencia: el precio de pertenecer.

Por Jen Sánchez

En este paísito tan hermoso, pero tan desigual, nos hemos convertido en esclavos de la apariencia. Aquí casi todos, estamos jodidos, pero aún así sentimos la obligación de mostrar que la vida nos sonríe. Fingimos para pertenecer, para que no nos vean “menos”, para que el “qué dirán” no nos devore. Y en esa carrera absurda, terminamos viviendo una vida que no es nuestra, en un estatus que solo existe en Instagram.

Yo también lo he vivido. Y sé que muchos se van a reconocer en estas palabras: salarios bajos o apenas promedios, deudas que se arrastran por años, tarjetas de crédito explotadas, y una casa que aunque para algunos es hogar, no siempre refleja ese “estatus” que tanto queremos proyectar. Sonreímos en las fotos, posteamos momentos “felices”, pero cuando llegamos a casa nos topamos con la verdad: la nevera medio vacía, los recibos acumulados, la mente reventada de estrés y el disfraz tirado en una esquina.

La clase media, a la que muchos de nosotros pertenecemos, es la más atrapada en esta trampa. Porque si ganas un poco más, también se espera que muestres más: colegio privado de los hijos, (nos están llevando al abismo como escribí en otro artículo), pero aunque no haya dinero para la reinscripción; carrito del año, aunque la cuota del banco te tenga contra la pared; ropa de marca y vacaciones que se pagan en cómodas cuotas (jamás tomes un préstamo para vacaciones, no caigas en ese gancho). No somos “clase media”, somos clase endeudada.

Y si miramos hacia arriba, a los que aparentan estar “mejor”, descubrimos que muchas veces también viven con la soga al cuello. Porque tener dinero no siempre significa tener paz. Allá arriba también existe la presión de nunca poder mostrar una grieta, de no poder decir “estoy mal”, de vivir atrapados en la eterna competencia de quién tiene más, quién brilla más, quién aparenta más y ya lo dejo ahí para no tocar otras teclas.

Lo más triste es que nos acostumbramos a vivir de disfraces. Salimos a la calle con el traje de la vida perfecta, pero cuando llegamos a casa nos quitamos la careta: la cama sin tender porque no hay tiempo ni ánimo, la ropa amontonada porque no hay empleada que lave, las discusiones de pareja por dinero, los hijos pidiendo lo que no se puede dar, y nosotros tratando de tapar el sol con un dedo.

Estamos cansados, estresados y enfermos, pero seguimos actuando. Seguimos con la sonrisa forzada, con el “me va bien, gracias a Dios”, mientras por dentro nos estamos cayendo a pedazos. Yo me incluyo, porque lo he sentido, porque lo he vivido, porque lo sigo viendo en mi entorno y en mí mismo.

La verdad es una sola: la mayoría estamos en mala. Lo que cambia es el disfraz con el que salimos a la calle. Y mientras sigamos viviendo de la apariencia, seguiremos hundiéndonos en una mentira colectiva que solo nos roba la paz.

Al final, ¿para quién vivimos? ¿Para nosotros o para los demás? ¿Qué sentido tiene aparentar tenerlo todo, si cuando llegamos a casa ni siquiera tenemos tranquilidad?

Quizás ya es hora de soltar esa careta. De dejar de fingir. De mostrarnos tal cual somos, con nuestras fallas, nuestras deudas, nuestras limitaciones y también nuestras ganas reales de salir adelante. Porque la apariencia da “likes”, pero no llena la nevera. La apariencia consigue envidias, pero no paga la escuela de los hijos. La apariencia impresiona por un rato, pero destruye poco a poco la vida real.

Y esa, aunque duela, es nuestra verdad.

Most Popular

Recent Comments