jueves, noviembre 6, 2025
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Luna llena, cuando la energía interior despierta

Desde que el ser humano miró al cielo con asombro, la luna ha sido espejo y misterio. En cada una de sus fases nos vemos reflejados: en su crecimiento, nuestra expansión; en su mengua, nuestras renuncias; y en su plenitud, esa intensidad emocional que parece tocarnos el alma. La luna llena es, por excelencia, el símbolo de la exaltación, del desborde, de aquello que no puede seguir contenido.


Las antiguas civilizaciones la consideraban un portal energético, un tiempo de revelaciones y transformaciones. En la mitología griega, Selene era la diosa que conducía su carro plateado por el cielo nocturno, iluminando los secretos del corazón humano. En otras culturas, como la nórdica o la celta, se creía que la luna influía en las cosechas, en la fertilidad y también en los estados de ánimo. La naturaleza y el alma humana compartían el mismo ritmo.

De esa conexión nacen también las leyendas del hombre lobo, el ser que se transforma con la luna llena. Detrás de esa imagen fantástica hay una metáfora poderosa: la del ser humano enfrentado a su propia dualidad. Bajo la luz de la luna, el lobo interior —instintivo, salvaje, emocional— despierta. Es la parte de nosotros que no siempre mostramos, pero que busca reconocimiento. Quizás por eso, durante esta fase muchos sienten inquietud, insomnio o una intensidad emocional difícil de explicar. La luna, simbólicamente, nos desnuda.

En coaching, este momento puede entenderse como una etapa de expansión y liberación emocional. La energía de la luna llena ilumina lo inconsciente, invitándonos a mirar con honestidad lo que habita dentro. Es un momento ideal para revisar promesas incumplidas, emociones reprimidas o proyectos que necesitan cierre. También para agradecer y reconocer los logros alcanzados.

Practicar la observación consciente bajo la luna llena puede convertirse en un ejercicio de autoconocimiento. Algunas personas escriben, otras meditan o simplemente caminan bajo su luz. Lo importante es reconocer que esta fase nos empuja, simbólicamente, a integrar todas nuestras partes: la razón y la emoción, la calma y la intensidad, la luz y la sombra.

Lejos de la idea de que la gente “se vuelve loca” con la luna llena, podríamos decir que la gente se vuelve más humana. Las emociones laten más fuerte, las intuiciones se afinan, y la mente racional cede paso a una sensibilidad distinta. Es un recordatorio de que estamos vivos, conectados con los ciclos naturales y con esa energía misteriosa que, aun sin comprenderla del todo, sentimos en lo más profundo.

Así que la próxima vez que mires al cielo y veas la luna redonda y brillante, no temas a su fuerza. Escúchala. Tal vez no sea ella la que cambia… sino nosotros los que, bajo su luz, recordamos quiénes somos realmente.

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