Posponer tareas, retrasar decisiones, dejar para mañana lo que sabemos que debemos hacer hoy. Todos hemos caído en la trampa de la procrastinación alguna vez. Pero cuando esa costumbre se vuelve constante y comienza a robarnos la energía, la confianza y la motivación, tal vez no estemos ante un simple problema de disciplina, sino frente a una señal silenciosa de algo más profundo: la tristeza, o incluso la depresión.
La depresión no siempre se muestra como una tormenta visible. A veces se disfraza de rutina, de “no tengo ganas”, de “ya lo haré mañana”. Se esconde detrás de la sonrisa automática, del cansancio que no se quita durmiendo, de la sensación de que todo cuesta más de lo normal. Y es ahí donde procrastinar se convierte en una forma inconsciente de detenernos ante un peso emocional que no hemos querido mirar.
Procrastinar puede ser el reflejo de un alma cansada. De alguien que lleva tiempo funcionando en automático, que ha perdido la ilusión o que siente un vacío que no sabe cómo llenar. Cuando el corazón está triste, la mente busca protegernos: posterga, se distrae, evita. No porque no queramos avanzar, sino porque ya no encontramos sentido en avanzar hacia lo mismo.
En lugar de forzarnos a “ser más productivos”, a veces lo que necesitamos es mirarnos hacia adentro. Preguntarnos con honestidad:
—¿Qué me duele realmente?
—¿De qué estoy huyendo cuando pospongo todo?
—¿Es soledad, desamor, agotamiento, miedo o simplemente falta de propósito?
Mirarnos desde adentro duele, pero también libera. Porque cuando entendemos la raíz de nuestra tristeza, dejamos de pelearnos con los síntomas. Tal vez no sea falta de disciplina, sino un corazón que pide afecto. Tal vez no sea flojera, sino el alma reclamando descanso o compañía.
La salida no siempre está en motivarse, sino en reconectar con lo que nos da sentido. En permitirnos sentir, sanar y reencontrar el impulso desde la calma, no desde la exigencia.
Procrastinar, entonces, no es solo dejar las cosas para después. A veces, es el grito silencioso de una parte de nosotros que pide ser escuchada. Y cuando por fin la escuchamos, la vida empieza a moverse de nuevo.



