Tras 43 días de paralización, concluyó el cierre de Gobierno más largo en la historia de Estados Unidos. La firma del presidente Donald Trump en la legislación de financiación permitió reabrir agencias federales, restablecer servicios y devolver a los empleados su salario, tras semanas trabajando sin cobrar.
Una vez disipado el ruido político, surge la pregunta clave: ¿qué lograron realmente los demócratas con esta confrontación legislativa y cuál fue el costo?
El cierre se produjo luego de que los demócratas del Senado, aun siendo minoría, recurrieran a tácticas dilatorias para bloquear una medida republicana de financiación temporal. Su exigencia era clara: extender los subsidios al seguro médico de estadounidenses de bajos ingresos, que vencen a fin de año.
Sin embargo, cuando un pequeño grupo decidió romper filas y votar por la reapertura, la oposición apenas recibió a cambio la promesa de una futura votación en el Senado, sin garantías de apoyo republicano y sin compromisos de la Cámara de Representantes. Para muchos demócratas, especialmente del ala más progresista, aquello equivalió a una cesión sin beneficio político. No tardaron en acusar al líder de la minoría, Chuck Schumer, de mala estrategia, tibieza o incluso complicidad.
Incluso voces moderadas se sumaron al descontento. El gobernador de California, Gavin Newsom —quien aspira a la presidencia en 2028— calificó el acuerdo como “patético” y una “rendición”, criticando que su partido siga “jugando con reglas antiguas” ante un Trump que, según dijo, ha transformado completamente el escenario político.
Trump, por su parte, celebró abiertamente el resultado. Felicitó a los republicanos por lograr la reapertura y calificó la votación como “una victoria importante”. Insistió en que el Gobierno “nunca debió haber estado cerrado” y aprovechó la tensión interna demócrata para atacar a Schumer, asegurando que los republicanos “acabaron con él”.
A pesar de momentos en que pareció dispuesto a ceder, el presidente salió del trance sin concesiones sustanciales. Aunque su popularidad cayó durante el cierre, aún falta un año para las elecciones legislativas de medio término y él no volverá a presentarse a un cargo electivo, lo que le da margen político.
Concluido el impasse, el Congreso retoma su agenda. La Cámara de Representantes, paralizada durante semanas, debe ahora avanzar en la aprobación del presupuesto restante antes de finales de enero para evitar otro cierre. Parte del Gobierno quedó financiado hasta septiembre, pero no en su totalidad.
El tema que originó la disputa —los subsidios a la atención médica— podría escalar en las próximas semanas. Millones de estadounidenses enfrentarán un aumento drástico en los costos de sus seguros si no se renueva la medida, un punto políticamente sensible para los republicanos.
A esta tensión se suman otros frentes inesperados. El mismo día que la Cámara votó la reapertura, nuevas revelaciones sobre el caso Jeffrey Epstein capturaron la atención pública. Además, la congresista Adelita Grijalva se convirtió en la firma número 218 que obliga a la Cámara a votar para exigir al Departamento de Justicia la publicación de todos los archivos del caso. Trump se quejó de que el tema opacara lo que consideraba un triunfo político.
El cierre más largo de la historia dejó así una conclusión amarga para los demócratas y un recordatorio general: en Washington, incluso los planes mejor calculados pueden desmoronarse en cuestión de horas.



