Por Rocío Regalado
¿Sabías que destacar incomoda?
El Síndrome de la Amapola Alta explica por qué, en lugar de admiración, las personas brillantes suelen despertar rechazo o envidia, incluso dentro de sus propios círculos.
Esta teoría social describe cómo quienes sobresalen por sus logros o talentos son objeto de críticas, difamaciones o burlas, con el propósito simbólico de “cortar las flores más altas” para mantener el supuesto orden.
Cuenta la leyenda que el emperador Periandro pidió consejo a Trasíbulo sobre cómo conservar el poder. Este lo llevó a un campo de trigo y, sin decir palabra, fue cortando las espigas más altas. La moraleja: “Elimina a quien sobresale por encima de ti.”
Así nació una de las primeras metáforas sobre el miedo al talento ajeno.
Más que envidia: miedo a la luz ajena
El brillo genuino de alguien activa en los demás sus propias inseguridades. Cuando una persona logra lo que otros no se atreven ni a intentar —por miedo o por falta de disciplina— se genera una incomodidad profunda. Y quienes no saben gestionar esa emoción terminan atacando, difamando o minimizando a quien brilla.
Desde la infancia se nos etiqueta: el aplicado, el raro, el soñador, el “Einstein”. En lugar de nutrir el talento, muchos lo aíslan. Algunos callan sus ideas; otros, como yo, decidimos no hacerlo, aunque eso implique ser tildados de arrogantes. En los entornos escolares y profesionales, cuando las ideas son buenas, incomodan al conformismo.
En la adultez: violencia silenciosa
Esa dinámica no desaparece con la madurez; se disfraza. Surge cuando alguien intenta ridiculizarte frente a otros, minimizar tus aportes o poner en duda tu profesionalismo.
Entonces llega el momento de actuar en silencio, de seguir construyendo con dignidad.
Lo escribo desde mi propia experiencia: la de una mujer emprendedora que ha visto cómo su sueño —su empresa, su legado— se enfrenta a actitudes misóginas, chovinistas y competitividades tóxicas que buscan descalificar o neutralizar el talento. En nuestra sociedad, aún se castiga la excelencia; se apaga la luz de quien se atreve a brillar.
Romper la cultura del recorte
No debemos competir entre nosotros; debemos celebrar el mérito y la capacidad. Cada intento de “recortar” al otro es un acto de violencia silenciosa que debilita al colectivo.
Decía Benjamin Franklin:
“No se puede fortalecer a uno debilitando a otro; ni aumentar la estatura de un enano cortando la pierna de un gigante.”
Y yo agrego:
Cada ser humano posee una caja de herramientas internas capaz de transformar su don en propósito. Que nadie te haga creer lo contrario.
Sigamos siendo amapolas altas, aunque quieran cortarnos.
Rocío Regalado