Por Nolberto Batista
El derecho debería ser un escudo, algo que nos proteja a todos por igual y que equilibre las relaciones en la sociedad. Pero muchas veces se convierte en otra cosa, en un instrumento que algunos usan para presionar, retrasar decisiones o ganar ventaja. Y cuando eso sucede, la justicia deja de sentirse justa.
Lo más preocupante es cómo estas prácticas afectan la vida de las personas. Procesos que deberían resolverse con rapidez se eternizan, recursos que deberían estar disponibles se bloquean, familias y empresas se ven atrapadas en conflictos interminables. Todo esto termina generando desconfianza, no solo hacia quienes actúan mal, sino hacia el sistema en sí. La justicia deja de ser un refugio y se siente como un laberinto lleno de obstáculos invisibles.
El poder económico, la influencia o la posición social no deberían cambiar nada de esto. Cada vez que el derecho se usa para manipular, se envía un mensaje silencioso pero potente: algunos tienen privilegios que otros no. Y esa percepción erosiona algo esencial en cualquier sociedad: la fe en que todos somos iguales ante la ley.
No se trata de señalar a personas o casos concretos, sino de mirar con honestidad lo que ocurre cuando se permite que la ley se convierta en un arma. Cada abuso deja una huella, y cuando estas huellas se acumulan, la confianza pública se debilita, y con ella, la misma idea de justicia.
Si queremos que la justicia cumpla su propósito, debemos recordarnos a nosotros mismos que la ley es de todos y para todos. Que su valor no está solo en los códigos o los tribunales, sino en cómo la respetamos y defendemos cada día.
Cuando se olvida esto, todos perdemos, porque la justicia deja de ser un derecho y se convierte en una herramienta que puede inclinarse hacia quien tenga más poder.
La reflexión es simple pero profunda: proteger la justicia no es solo tarea de jueces y abogados, es responsabilidad de todos. Y sólo cuando cada uno de nosotros comprende el peso de la ley y la respeta, podemos esperar que la justicia vuelva a ser ese escudo que debería ser.