Por: Daniel del Valle, exembajador del Organismo Internacional de Juventud ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con la promesa de una “Era Dorada”, inaugura una etapa que podría redefinir tanto la política interna de Estados Unidos como su posición en el tablero internacional. Con un discurso inaugural que enfatiza la soberanía nacional, el fortalecimiento económico y la restauración de la confianza en las instituciones, el presidente plantea una visión ambiciosa con el potencial de marcar un antes y un después en la historia reciente del país.
En el plano doméstico, las prioridades de Trump se centran en revitalizar la industria manufacturera y consolidar la independencia energética de Estados Unidos. Actualmente, el país lidera la producción mundial de gas natural y petróleo, lo que ha transformado su rol en los mercados energéticos globales. La administración busca capitalizar esta ventaja para garantizar la estabilidad económica interna y reducir la dependencia de actores externos. Además, el compromiso con la industria manufacturera promete reactivar regiones afectadas por la globalización. Este sector, que representa más del 10% del PIB estadounidense, tiene un impacto social significativo en comunidades que buscan recuperar su lugar en el progreso nacional. Si estas políticas logran equilibrar el proteccionismo con la innovación, podrían sentar las bases de un modelo económico más resiliente.
En el ámbito internacional, Trump ha dejado claro que busca redefinir el papel de Estados Unidos en las instituciones y acuerdos multilaterales. La retirada de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS) refleja una visión centrada en la eficiencia y la soberanía. Aunque criticada, plantea una reflexión necesaria sobre la efectividad de estos organismos y la necesidad de reformas estructurales que prioricen resultados tangibles. Las renegociaciones de acuerdos y la reconfiguración de alianzas estratégicas están diseñadas para defender los intereses nacionales, aunque impliquen tensiones con antiguos aliados. Su postura respecto a la OTAN y la insistencia en un reparto más equitativo de los costos de defensa, aunque polémica, ha generado un debate sobre la sostenibilidad de la alianza. Este enfoque refuerza un liderazgo pragmático, aunque no exento de riesgos en términos de confianza y estabilidad diplomática.
En medio de su discurso sobre soberanía y poderío económico, Trump ha señalado el Canal de Panamá como un activo estratégico clave. Este paso marítimo, que gestiona alrededor del 6% del comercio global, es vital para el flujo de mercancías entre los océanos Atlántico y Pacífico. Sin embargo, cualquier intento de influir en su gestión podría generar tensiones significativas, no solo con Panamá, sino con la comunidad internacional. El Tratado Torrijos-Carter, firmado en 1977, garantizó la devolución del canal a Panamá en 1999 y marcó un hito en las relaciones bilaterales. Reabrir este acuerdo sería percibido como una amenaza a la soberanía panameña y un retroceso en las relaciones bilaterales.
La relación entre España y Estados Unidos ha sido históricamente robusta, basada en pilares como la defensa, el comercio y la cooperación cultural. Durante el primer mandato de Trump, España consolidó su rol como socio estratégico en áreas clave. En 2018, se amplió la presencia militar estadounidense en la base de Rota, reforzando la colaboración en seguridad transatlántica. Asimismo, el comercio bilateral alcanzó cifras significativas, con exportaciones españolas a Estados Unidos que superaron los 15.000 millones de euros en 2019. Sin embargo, esta relación no estuvo exenta de desafíos. Las críticas de Trump hacia los niveles de gasto en defensa de los países de la OTAN, incluido España, generaron tensiones que exigieron un diálogo constructivo para mantener la estabilidad de la alianza. España respondió reafirmando su compromiso con los objetivos comunes, demostrando la fortaleza de la relación bilateral incluso en momentos de discrepancia.
De cara al futuro, España tiene una oportunidad única para posicionarse como un socio clave en la estrategia internacional de Estados Unidos. Como puente natural entre Europa, América Latina y el Mediterráneo, nuestro país puede jugar un rol central en la mediación de acuerdos comerciales, la cooperación en seguridad y la promoción de valores compartidos. Esta colaboración no solo beneficia a las élites políticas y económicas, sino que tiene un impacto directo en las nuevas generaciones.
El segundo mandato de Donald Trump plantea preguntas fundamentales sobre el futuro del orden internacional. Su énfasis en la soberanía y su rechazo a los modelos tradicionales de cooperación global presentan tanto riesgos como oportunidades. Para España, el reto será encontrar puntos de convergencia que permitan aprovechar los beneficios de esta relación sin comprometer los principios que definen nuestra política exterior. En un mundo polarizado, la diplomacia y el pragmatismo serán herramientas esenciales para construir puentes y garantizar la estabilidad. Tanto Estados Unidos como España deben trabajar juntos para abordar desafíos globales como el cambio climático, la seguridad energética y la transformación digital, áreas en las que la colaboración puede generar resultados significativos.
La promesa de una “Era Dorada” no será fácil de cumplir, pero ofrece una oportunidad para replantear modelos, fortalecer alianzas y construir un futuro que, aunque incierto, puede ser igualmente brillante si se actúa con visión y responsabilidad.