
En el corazón del modesto pueblo costero de Jaimanitas, al oeste de La Habana, un estallido de color y creatividad ha transformado el paisaje urbano. Lo que antes fue una tranquila comunidad de pescadores, hoy es un escenario vibrante conocido como Fusterlandia, donde las fachadas, portales, techos y calles están cubiertos por mosaicos, cerámicas y esculturas que dan vida a un arte colectivo.
Todo comenzó en 1994, cuando el artista José Fuster decidió decorar la entrada de su casa con pequeños trozos de cerámica y azulejos. Sin proponérselo, esa intervención inicial despertó un proceso de transformación que fue contagiando a todo el barrio. Su hogar se convirtió en un taller abierto, en un museo sin paredes y, finalmente, en el epicentro de una comunidad intervenida por el arte.
Murales, formas surrealistas, esculturas de gran tamaño y mensajes grabados se integran al entorno cotidiano. Cada rincón de Jaimanitas parece contar una historia, reflejar una emoción o rendir homenaje a la identidad cubana. Obras como la Mesa cubana y la Torre del gallo son solo algunos de los elementos que destacan entre miles de detalles visuales.
Pero Fusterlandia es mucho más que una atracción visual. Es una forma de vivir el arte como herramienta de transformación social. La comunidad se ha apropiado del proyecto, participando en su expansión, guiando a los visitantes, organizando talleres y manteniendo viva la esencia del barrio. El arte dejó de estar colgado en galerías para mezclarse con la vida diaria, con la rutina y con los sueños de quienes lo habitan.
Cientos de turistas llegan cada semana para recorrer sus calles, pero lo más importante ocurre entre vecinos: el orgullo de pertenecer a un lugar donde la creatividad es parte del paisaje, y donde cada trozo de mosaico representa la reconstrucción colectiva de una identidad que se renueva, paso a paso, con cada nueva pieza.
Fotos: AFP News.

