Por: Roberto Valenzuela
Hay profesionales como Franklin Guerrero que ejercen la medicina, el derecho o la ingeniería, pero cuya verdadera vocación es otra: la comunicación. Guerrero, odontólogo y excelente en su oficio, encuentra su pasión en cargar una cámara al hombro, como un guerrero que empuña su fusil; un Quijote que recorre el mundo para contar historias a través de sus fotos. Y no cualquier historia: relatos de contenido social, de esos que se clavan en el alma y dejan huella.
No se me borra de la memoria una foto de una niña que se orinó de miedo en sus pantalones. En la imagen se palpa la humedad de la tela y se percibe el miedo en su rostro, fruto del pánico que sintió al encontrarse en medio de un operativo policial en su barrio “caliente”.
¿Qué pensamientos cruzaron por la mente de esa niña al verse cercada por policías armados como si fueran a la guerra? Hombres encapuchados, apostados en camionetas y motocicletas, desplegando un espectáculo de fuerza que, más que protección, inspira miedo.
Lo malo es que ninguna autoridad notó el gesto de terror de la niña; solo lo captó el lente de un intruso. ¿Cuántos problemas habrá ayudado a visibilizar la cámara de este quijotesco odontólogo, cuyas fotos son auténticas denuncias sociales?
Su valentía es legendaria. Les cuento una anécdota: soy amigo del padre de Franklin, con quien trabajé en El Caribe. Sabiendo que su hijo no teme a nada, un día me sugirió que hablara con él para que dejara de fotografiar a los narcos.
Fui, hablé con Franklin… pero nunca bajó la guardia.
Al poco tiempo, los matones que acompañaban al reconocido narco “El Gringo” intentaron agredirlo. Pero los flashes de su cámara nunca dejaron de denunciar.
Cuando la prensa escrita estaba en auge, la fallecida fotógrafa Carmen Suárez me mostraba las primeras planas de El Nacional bajo la firma de Franklin Guerrero. “Es un odontólogo, pero es un monstruo haciendo fotos”, decía.
Me contaron varios periodistas que era habitual ver al legendario don Radhamés, director de El Nacional, caminando, arrastrando sus chancletas por la redacción y exclamando en cibaeño: “¡Ande eidiablo, miren qué foto más buena me ha traído Franklin!”. Radhamés es un símbolo del periodismo.
A Nuria Piera le estamos agradecidos por incluir en su programa de investigación Las foto-crónicas de Franklin Guerrero. La sección se ha arraigado tanto en el gusto popular que la gente hace chistes e imita el “cantaito” —el tono de voz— con que Franklin narra sus fotos, y los comediantes lo reproducen con gran destreza.
Pedimos al Colegio de Periodistas, a la Fundación Corripio, al Grupo Popular, al Grupo León Jimenes, a la Fundación Global, entre otros, otorgar un reconocimiento a Franklin. Sería un incentivo para que más personas descubran su vocación y comprendan el poder de la fotografía como herramienta de denuncia social. El periodismo, al final, existe para aportar al desarrollo de los pueblos.