miércoles, septiembre 18, 2024
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LA CULTURA DEL MIEDO

La cultura del miedo, se puede afirmar que está relacionada con patrones de la propia crianza en los hogares, a lo que se agrega la falta de contacto social y los bajos niveles educativos. Desde ahí se van gestando limitaciones que podrían acompañar al individuo por el resto de sus días. Los resultados no nos dejan mentir, aquello se presenta en la cotidianidad, destrozando muchas oportunidades.

Si echamos una especie de mirada crítica, a las décadas 70 y 80, del siglo 20, situandonos, en lo que fue la niñez y adolescencia de un buen número de chicos, entre los que me cuento, es comprensible, que crecimos en ambientes muy limitados, no porque lo querían nuestros padres, sino porque no existían modelos que nos ofrecieran alternativas abiertas, de esas que desarrollan y expanden una diversidad de talentos.

Sobresalir en aquellos días, no era algo común; se puede decir que estaba reservado a unos pocos que gozaban del privilegio de ciertos recursos materiales, además de la visión de sus progenitores, apoyada en el reforzamiento de una formación básica, que los diferenciaba de los demás. En ese interregno, llevabamos la peor parte los que nacíamos en las zonas rurales muy apartadas, sólo con lo elemental para lidiar con cuestiones adversas.

Recuerdo, siguiendo la dinámica de esos días, mi comienzo en los estudios primarios. Llegué al centro educativo ubicado en la comunidad de origen, luego de haber alcanzado los 8 años de edad. Solo unos pocos, podían darse el lujo de conseguirlo antes, lo que le daba un poco de ventaja.

Ya en la escuela, empezaba la odisea, donde se mezclaba la terrible timidez, mordaza que traíamos desde la casa, con los métodos atemorizantes de unos cuantos docentes, que procuraban el denominado respeto, a fuerza de métodos poco amigables. No pretendemos decir que aquello era malo del todo, sólo reafirmar que era materia que ayudaba en la cultura del miedo, la que de alguna manera, ha dejado huellas en generaciones completas.

Ampliando un poco, el tema referido, aun conservo en la memoria, el miedo atroz hacia los guardias y policías. Mi padre, quien se desempeñó en las labores de foresta y alcaldía pedánea, recibía con bastante frecuencia, algunos de los vestidos de gris o verdes, tanto en calidad de amigos, como en los llamados servicios. En ocasiones, si no me iba conuco adentro, para no verlos, me deslizaba debajo de la cama temblando de pies a cabeza. Sé que no fui el único que se vio en tal aprieto.

En honor al respeto, definido así por nuestros mayores, debíamos permanecer totalmente ajenos a las conversaciones de ellos y distante de las visitas. Existía la autorización o luz verde, para que cualquier conocido o vecino, nos diera una zurra, si a su entender estábamos haciendo algo incorrecto. Guardar silencio, era la postura inteligente que nos podía evitar otro castigo al llegar a la casa.

No es que pretendo desde esta distancia, adjurar a algo consustancial, tomado en carne viva, que tuvo también su parte buena; pretendo ser honesto conmigo y otros tantos que han de verse reflejados en aspectos de su desarrollo como individuos, con grandes luces nacidas desde allí, pero también con un poco de oscuridad, que le juega en contra en la comprensión y adaptación de este presente un tanto complicado.

La cultura del miedo se imponía desde cualquier ángulo, era lo común. La casa, la escuela, caminos y callejones, eran espacios donde campeaba con su cara de poco amigo, en nombre de reprimenda, severo castigo, o tal vez un consejito amigable, no muy a menudo en aquel ayer.

Por Onofre Salvador Fulcar

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