Vivimos en tiempos complejos, marcados por un fenómeno preocupante: la pérdida del respeto a las leyes y a la autoridad legítima de los Estados. La migración ilegal, el desafío abierto a las autoridades y la desintegración de los principios democráticos son síntomas de una sociedad que, en muchas ocasiones, elige ignorar las consecuencias de sus actos en favor de intereses mezquinos o emociones inmediatas.
Cada Estado tiene la responsabilidad de reforzar los derechos y las leyes en su territorio, pero también enfrenta el deber de proteger su soberanía con un enfoque ético y humano. El respeto a los preceptos jurídicos y al orden social es esencial para evitar que las democracias se deterioren. No debemos perder de vista que toda autoridad legítima tiene un deber que cumplir: garantizar la seguridad, el respeto al derecho y la estabilidad de su pueblo. Sin embargo, la democracia debe ser también un espacio en el que podamos resguardar la dignidad humana, incluso cuando algunos viven bajo las presiones de sistemas tiránicos o estructuras de poder opresivas.
En este contexto, es imperativo volver a los valores que sustentan la convivencia y la justicia. José Ingenieros, en El hombre mediocre, nos llama a construir en base a la ética, el respeto y el orden, elementos fundamentales para superar la mediocridad y la falta de compromiso que tantas veces han socavado los cimientos de las sociedades. La “ingeniería social”, entendida como el intento de manipular a las masas sin atender a principios éticos, ha causado graves daños. Nos enfrentamos a una marea de mediocridad e irrespeto, en la que los valores fundamentales de la democracia se ven desplazados por el caos y la tiranía del desorden.
La migración forzada, producto de gobiernos tiránicos, pobreza y desestabilidad social, no solo genera sufrimiento humano, sino que también alimenta un sistema controlado por redes criminales y cárteles que lucran con la desesperación de millones. Esto no puede ni debe tolerarse. La manipulación estratégica que buscan imponer ciertas narrativas de confusión, aprovechándose de las emociones humanas, debe enfrentarse con firmeza. El desorden migratorio no es solo un problema de los Estados; es un síntoma de un sistema global que necesita recuperar el sentido de la ética y la responsabilidad colectiva.
Autores como Humberto Eco y Carlos Cipolla han analizado de manera incisiva cómo la estupidez y la indiferencia se convierten en motores del caos social. Eco, en sus reflexiones sobre el pensamiento moderno, nos alerta sobre los peligros de las ideologías superficiales y la manipulación cultural. Cipolla, en su análisis de la estupidez humana, señala cómo las decisiones irracionales y egoístas pueden destruir el bienestar colectivo. Ambos coinciden en que una sociedad incapaz de reconocer sus errores y aprender de ellos está condenada a la mediocridad.
Nassim Nicholas Taleb, con su Teoría del Cisne Negro, nos recuerda que los eventos inesperados, a menudo provocados por esta acumulación de errores y desatinos, pueden cambiar el curso de la historia de manera drástica e irreversible. Tal como lo señala, estos eventos no son aleatorios, sino el resultado de una incapacidad sistémica para comprender y prever las consecuencias de nuestras acciones.
Frente a esta “locura de la estupidez social” que se intenta normalizar, debemos construir un camino diferente. Es necesario trabajar en la construcción de democracias fuertes, basadas en el respeto mutuo, la creación de oportunidades y el fortalecimiento de los valores éticos. Solo así podremos evitar que el caos y el desorden continúen beneficiando a los cárteles y a las estructuras de poder que se enriquecen de la desesperación ajena.
La clave está en una ciudadanía activa, educada y consciente, que no permita ser manipulada por las narrativas de engaño que imperan en estos tiempos. Debemos desafiar no solo las injusticias externas, sino también nuestras propias limitaciones internas, para ser parte de un cambio real y duradero. Como ciudadanos, líderes y agentes de transformación, es nuestra responsabilidad colectiva detener este ciclo de mediocridad y actuar con decisión, visión y principios éticos que trasciendan las fronteras y las ideologías.