martes, octubre 7, 2025
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La fiebre por el consumo y su impacto ambiental

La fiebre por el consumo y su impacto ambiental

Un modelo que promete bienestar, pero que te*rmina hipotecando los recursos naturales y poniendo en riesgo nuestro futuro común.

Por VÍCTOR DE LOS SANTOS
Maestría en contabilidad fiscal, gestión medioambiental y contaminación

El consumismo se ha convertido en una de las cadenas invisibles más poderosas de la vida moderna. Como advierte el catedrático de Yale Jiang Xueqin, hoy “compramos cosas que no necesitamos con dinero que no tenemos para impresionar a gente que no nos gusta”. Esta paradoja describe con crudeza una realidad que afecta no solo a nuestros bolsillos y emociones, sino también a los ecosistemas que sostienen la vida en el planeta.

El espejismo de la abundancia y el costo ambiental del consumismo

En sociedades cada vez más orientadas a la apariencia, el valor de una persona suele medirse por lo que posee. La moda, la publicidad y las redes sociales refuerzan un ciclo interminable de deseos y acumulación. Sin embargo, cada objeto adquirido tiene detrás un precio oculto: el costo ambiental de extraer materiales, fabricar, transportar y, finalmente, desechar productos que muchas veces apenas se usan.
El modelo actual de consumo masivo descansa en la explotación intensiva de los recursos naturales:

Minería y extracción: para fabricar celulares, tabletas y vehículos eléctricos se requieren metales como litio, coltán y otros, cuya extracción degrada ecosistemas completos y consume enormes volúmenes de agua.

Industria textil: la moda rápida produce toneladas de ropa barata, con un ciclo de vida muy corto. Se calcula que esta industria es responsable de hasta un 10 % de las emisiones globales de carbono.

Plásticos desechables: botellas, fundas y empaques de un solo uso inundan calles, ríos y costas. En la República Dominicana, gran parte de estos residuos terminan en cañadas y desembocan en el Mar Caribe.

Residuos electrónicos: cada año reemplazamos millones de equipos electrónicos. Muchos terminan como basura tóxica en vertederos a cielo abierto, contaminando suelos y aguas subterráneas.

Un círculo vicioso
La fiebre por el consumo no solo impacta al medio ambiente, también erosiona la calidad de vida. Pese a que acumulamos más bienes que nunca, prevalecen la ansiedad y la insatisfacción. El consumo se convierte en una válvula de escape emocional que nunca logra llenar el vacío. Mientras tanto, el planeta paga una factura muy alta: deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación y cambio climático.

Romper las cadenas: educación ambiental

La salida no está en renunciar al bienestar, sino en redefinirlo. Para liberarnos de la esclavitud consumista necesitamos educación ambiental que nos ayude a:

  • Reconocer la huella ecológica detrás de cada compra.
  • Promover hábitos de reparación, reutilización y reciclaje.
  • Optar por productos locales y duraderos en lugar de lo desechable e importado.
  • Entender que consumir responsablemente es también un acto de ciudadanía.

Un llamado urgente

Como advirtió Johan Rockström y su equipo del Centro de Resiliencia de Estocolmo, la humanidad ya ha sobrepasado varios de los límites planetarios que garantizan la estabilidad del planeta: el clima, la biodiversidad y los ciclos biogeoquímicos muestran señales de colapso. Estos límites representan la “zona segura de operación” para la vida en el planeta, y cruzarlos implica poner en riesgo la capacidad de los ecosistemas para sostenernos. En este sentido, reducir el consumo desmedido y transitar hacia estilos de vida sostenibles no es solo una opción ética, sino una necesidad urgente para mantenernos dentro de los márgenes que aseguran nuestro propio futuro como especie.
Cambiar de rumbo es posible y necesario, pero debe ser ahora. Tengamos presente que el verdadero progreso no se mide por la cantidad de cosas que poseemos, sino por la capacidad de vivir en equilibrio con el entorno. En un país insular como el nuestro, donde los ecosistemas costeros, los bosques y las fuentes de agua son vitales para el bienestar colectivo, apostar por una cultura de consumo consciente es también una apuesta por la supervivencia.

La educación ambiental debe convertirse en el antídoto que nos ayude a ver más allá de las vitrinas y los anuncios. Solo así podremos construir un futuro en el que la prosperidad no dependa de lo que compramos, sino de lo que conservamos.

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