Por Ligia Bonetti
Una pregunta que siempre me ha intrigado es cómo las mentes pueden desarrollarse de maneras tan distintas entre sí. En ocasiones he considerado que la nutrición podría jugar un papel, pero mi hipótesis se cae cuando observo que, incluso dentro de una misma familia o entorno, existen diferencias intelectuales marcadas.
Entonces, ¿qué es lo que distingue a las jóvenes promesas de aquellos que nunca logran destacar? He llegado a la conclusión de que esa diferencia es más sutil de lo que parece y reside fundamentalmente en la capacidad de cultivar un pensamiento crítico robusto y una curiosidad insaciable desde una edad temprana.
En este sentido, tanto la educación primaria como la universitaria juegan un papel crucial. No se trata solo de transmitir conocimientos, sino de fomentar desde temprana edad el cuestionamiento, la indagación, el uso del sentido común y la capacidad para resolver problemas. ¡La era de «memorizar» libros de texto solo para aprobar exámenes ya es cosa del pasado!
Las jóvenes promesas que destacan en sus campos respectivos son a menudo aquellas que han aprendido a hacer las preguntas correctas, a no conformarse con respuestas superficiales y a buscar siempre un análisis más profundo. Estos individuos han sido estimulados desde pequeños a ser curiosos, a cuestionar el mundo que les rodea y a aplicar su sentido común y su racionalidad crítica a los problemas que enfrentan.
Leyendo el libro Impromptu de Reid Hoffman, me di cuenta de que las oportunidades disponibles para los jóvenes de hoy superan con creces las que muchos de nosotros tuvimos en nuestra época. Un buen ejemplo de esto es la Inteligencia Artificial, que, lejos de ser vista con recelo, debemos reconocerla como una herramienta poderosa capaz de revolucionar la educación.
Su uso no solo puede ayudar a superar varios de los desafíos que enfrenta el sector, sino también permitir la innovación en los métodos de enseñanza, personalizar la experiencia de aprendizaje al adaptarse a las necesidades y ritmos de cada estudiante, y garantizar un acceso equitativo a una educación de calidad para todos.
Sin embargo, el verdadero valor de la IA en la educación radica en su capacidad para estimular la curiosidad. A través de plataformas interactivas que plantean problemas complejos y fomentan el debate, puede incitar a los estudiantes a formular preguntas profundas, a buscar soluciones innovadoras y a reflexionar críticamente sobre las respuestas obtenidas.
No obstante, para que la IA cumpla este propósito, es crucial que su implementación en el ámbito educativo esté guiada por una pedagogía que valore y promueva el análisis, uso de la lógica, el razonamiento y la creatividad para llegar a las conclusiones. Las herramientas de IA deben diseñarse de manera que no solo proporcionen información, sino que también desafíen a los estudiantes a comparar lo que aprenden con sus propias emociones y sentido común.
Y esto no solo se aplica a los más jóvenes; quienes ya hemos dejado atrás la etapa escolar también debemos sumergirnos en el mundo de la inteligencia artificial. Estudiarla y comprenderla nos permitirá fomentar y desarrollar las características más importantes para navegar el complejo panorama del siglo XXI.
