Durante siglos, la Ruta de la Seda fue el hilo invisible que unió Oriente y Occidente, una red de caminos terrestres y marítimos que permitió no solo el comercio de seda, especias y porcelana, sino también el intercambio de ideas, religiones y tecnologías. Desde la ciudad de Xi’an, en China, hasta las costas del Mediterráneo, esta antigua vía transformó la historia del mundo.
Hoy, China ha reactivado ese espíritu con una visión moderna y geopolíticamente ambiciosa: la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), conocida como la Nueva Ruta de la Seda. Lanzada en 2013 por el presidente Xi Jinping, esta estrategia busca fortalecer la conectividad global mediante inversiones en infraestructura, transporte, energía y telecomunicaciones. Más de 140 países ya se han unido a esta iniciativa que ha movilizado, según el gobierno chino, alrededor de un billón de dólares en proyectos estratégicos.
Uno de los ejemplos más recientes de esta expansión es Colombia, que en mayo de 2025 se convirtió oficialmente en miembro de la BRI. El presidente Gustavo Petro firmó la adhesión durante una visita a Pekín, destacando que esta alianza permitirá al país latinoamericano diversificar su comercio, atraer inversión extranjera directa en sectores como la transición energética, la agroindustria y la inteligencia artificial, y mejorar la conectividad en regiones históricamente marginadas. Esta decisión marca un giro significativo en la política exterior colombiana y ha generado tensiones con Estados Unidos, su aliado tradicional. Washington expresó su oposición abierta a los proyectos chinos en territorio colombiano y anunció que obstaculizará el financiamiento internacional a empresas estatales chinas involucradas en estas obras, alegando preocupaciones sobre la seguridad regional.
Más allá del caso colombiano, la BRI ya ha dejado huellas visibles en varias partes del mundo. Uno de los proyectos más emblemáticos es la red ferroviaria que conecta la ciudad de Yiwu, en el este de China, con Madrid, recorriendo más de 13.000 kilómetros y convirtiéndose en el tren de carga más largo del planeta. En Perú, la construcción del puerto de Chancay, también bajo financiamiento chino, busca transformar el comercio marítimo entre Sudamérica y Asia, consolidando una nueva vía estratégica en el Pacífico.
No todo ha sido respaldo. Algunos países han optado por retirarse de la iniciativa, como Italia, que en 2023 anunció su salida alegando que el acuerdo no había generado los beneficios económicos esperados. Esta decisión fue interpretada como un intento de Roma por reequilibrar sus relaciones con China y sus aliados tradicionales en Europa y Norteamérica.
La Nueva Ruta de la Seda no solo representa un proyecto económico, sino también una declaración política. En un mundo marcado por tensiones geopolíticas, reacomodos de poder y transición tecnológica, China apuesta por una diplomacia de infraestructura que le permita ampliar su influencia global. La Ruta de la Seda de hoy, aunque no transcurre por caravanas de camellos ni mercados medievales, sigue siendo un reflejo de cómo el comercio y la conectividad pueden ser herramientas poderosas para modelar el futuro.
Así como lo hizo hace más de dos mil años, China vuelve a tejer historia. Y esta vez, el mapa está en plena transformación.


