jueves, noviembre 21, 2024
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Podría esta ser la nueva estrategia de política exterior de EE.UU.?

El 9 de agosto pasado se cumplió el cincuenta aniversario de la renuncia de Richard Nixon. La presidencia de Nixon estuvo marcada por una paradoja: su mandato doméstico se vio empañado por escándalos, mientras que sus logros en política exterior, particularmente su acercamiento a China, remodelaron el orden global.

La visita de Nixon a China en 1972 fue un evento trascendental que alteró efectivamente el equilibrio del poder global. Su capacidad para reconciliar su postura anticomunista con la necesidad pragmática de involucrarse con China ejemplificó una flexibilidad estratégica que ayudó a deshielar las tensiones de la Guerra Fría.

Una variante de este tipo de flexibilidad estratégica o bien acercamiento estratégico se había evidenciado años antes. Podemos citar lo que posteriormente el historiador Bradford Perkins llamó “El Gran Acercamiento” (The Great Rapprochement), que describe el periodo posterior a cuando James Monroe, el quinto presidente de EE. UU., el 2 de diciembre de 1823, durante su discurso del Séptimo Estado de la Unión, hizo la primera articulación de lo que luego se llamaría “La Doctrina de Monroe” (no se le llamó Doctrina Monroe hasta 1850). En ese momento, los EE. UU. no tenían el poder militar, entre otras cosas, para hacer cumplir la recién mencionada doctrina, lo que desencadenó una convergencia diplomática, política, militar y económica entre EE. UU. y el imperio británico entre 1895 y 1915. El apoyo británico fue fundamental para los EE. UU. poder imponer su doctrina a principios mientras ellos fueron creando la fuerza suficiente para respaldarla solos.

En ambos contextos citados, dichos acercamientos se materializaron sobre la base de observar los intereses comunes y analizar los complementos que sellaban una relación meramente estratégica. Estos momentos históricos invitan a considerar si pudiéramos estar en la antesala de una nueva instancia de “rapprochement» en el paisaje geopolítico actual, especialmente en el contexto de las tensiones en curso entre EE. UU. y China.

Hoy en día, la relación entre EE. UU. y China está plagada de desafíos significativos. Las dos superpotencias están atrapadas en una compleja red de disputas económicas, políticas y militares, con tensiones sobre Taiwán, el comercio y los derechos humanos. El riesgo de conflicto ya sea desencadenado por incidentes en el Estrecho de Taiwán o en el Mar de China Meridional, o por una escalada de las estrategias de contención, es una preocupación latente.

De cara a las elecciones de noviembre en EE. UU., los enfoques en política exterior de los principales candidatos, Donald Trump y Kamala Harris, divergen significativamente:

El enfoque de Donald Trump probablemente implicaría una postura dura caracterizada por altos aranceles y diplomacia transaccional. Sus aranceles propuestos del 50-60% sobre las importaciones chinas podrían exacerbar las tensiones económicas tanto a nivel nacional como global, como se vio durante su primer mandato. El enfoque de Trump en medidas punitivas sin un marco estratégico más amplio puede no abordar las causas subyacentes de las tensiones entre EE. UU. y China e incluso podría empeorar el impacto económico.

Kamala Harris, por su parte, parece propensa a seguir la política de Biden, inclinada a mantener un enfoque de «pequeño patio, alta cerca» (small yard, high fence). Esto incluye la continuación de los aranceles, sanciones y una estrategia para disminuir el riesgo con preponderancia en el amiguismo. Aunque este enfoque podría mitigar algunos riesgos, no necesariamente ofrece un camino hacia la resolución de conflictos y podría perpetuar las tensiones existentes.

En la apresurada campaña presidencial de nuestros amigos del norte, poco si algo se ha hablado sobre relaciones internacionales, pero en una presidencia de Harris podemos verificar elementos de su entorno que podrían influenciar lavisión de política exterior.

Un elemento intrigante en la posible administración de Harris es su elección del gobernador de Minnesota, Tim Walz, como compañero de fórmula. El trasfondo de Walz incluye una comprensión matizada de China, formada por sus experiencias y trabajo en cuestiones de derechos humanos. Su enfoque pragmático en las relaciones internacionales y su énfasis en el diálogo podrían ofrecer un posible camino hacia la desescalada.

De igual manera, podemos citar otras razones para entender que las cosas podrían ir por caminos diferentes en el futuro. Por ejemplo, leyendo los escritos de Philip H. Gordon, consejero de Seguridad Nacional de la vicepresidencia de Harris, así como el libro Un Mundo Abierto (An Open World) de Rebecca Lissner, segunda de Gordon en Seguridad Nacional para Harris, se ha reiterado que el actual panorama geopolítico, con sus ecos de las dinámicas de la Guerra Fría, debe cambiar. Todos parecen sugerir que se podría abogar por un compromiso más equilibrado y estratégico con China, similar al enfoque de «rapprochement», pero adaptado a los problemas contemporáneos.

Si hay un cambio de estrategia desde EE. UU. hacia el mundo exterior, y en especial con la relación China tocará verlo, pero cualquier situación en que las tensiones del mundo se puedan reducir es un buen momento. Recuerdo las palabras del ya difunto congresista Norte Americano John Lewis que decía: “No importa en que barco llegaste, ahora estamos todos en el mismo barco” y aunque sus palabras fueron acuñadas en otro contexto, se pueden extrapolar para describir como, aunque vivimos en diferentes países, todos somos del mismo mundo.

Por: Horacio Vicioso Galán

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