Por Ligia Bonetti
¿Cuándo llegará el día en que las redes sociales constituyan un espacio donde la libertad de expresión no sea sinónimo de impunidad ni arma para la destrucción reputacional de personas e instituciones? Hoy, cualquiera puede difamar, manipular la opinión pública y fomentar el odio sin enfrentar consecuencias reales.
Estas plataformas digitales, concebidas como herramientas de conexión, han dado voz a quienes antes no la tenían y pueden jugar un rol de contrapeso en la sociedad, impulsando la transparencia en el gobierno y los negocios al vigilar malas prácticas.
Sin embargo, también se han convertido en algunos casos, en instrumentos de desinformación y manipulación, donde la libertad de expresión muchas veces deriva en anarquía digital e irresponsabilidad. Para evitar que se transformen en una selva sin reglas, es fundamental regularlas, asegurando que quienes deciden tener perfiles sean civilmente responsables de sus actos.
La inacción frente a esta realidad nos hace cómplices. Si no alzamos la voz, permitimos que estas prácticas destructivas se normalicen. Hoy afecta a otros, pero tarde o temprano, cualquiera puede ser la próxima víctima. No podemos aceptar un mundo donde un simple clic pueda arruinar vidas sin repercusiones. Los rumores engañan y destruyen, las mentiras confunden y envenenan la verdad, el odio se propaga sin control, y mientras tanto, nadie rinde cuentas.
¿Cuánto tiempo más esperaremos? ¿Cuántas reputaciones deben ser destruidas y cuántas vidas arruinadas antes de entender que la libertad sin responsabilidad se convierte en un peligro?
No se trata de censurar ni de silenciar voces, sino de establecer un marco de consecuencias justo. No podemos seguir postergando este debate mientras el daño se multiplica. La falta de control solo beneficia a los perversos, aquellos que manipulan, destruyen y actúan desde las sombras, sin dar la cara, pero también sin enfrentar las consecuencias de sus actos.
Nadie es dueño de la única verdad, excepto de la suya propia. La realidad es compleja, y ante cualquier duda, lo que debemos exigir no es la imposición de opiniones, sino el respeto y la búsqueda de los hechos. La especulación no es un camino hacia la verdad; es su enemiga más peligrosa. Cuando permitimos que el rumor y la conjetura reemplacen la evidencia, abrimos la puerta a la desinformación y la manipulación. La única defensa contra este caos es el compromiso con la verdad basada en hechos, no en suposiciones.
Aunque recientemente le dije a un amigo, que para mí, la verdad es un faro que ninguna sombra de calumnia puede apagar, y que quienes caminan con integridad no necesitan defenderse porque el tiempo y sus obras hablarán por ellos. Creo firmemente que debemos establecer reglas claras y justas, de lo contrario, seremos rehenes de la desinformación, el resentimiento y la distorsión. ¡Es momento de actuar y debemos hacerlo ahora!