Una tragedia tiene la capacidad de sacudirnos hasta lo más profundo, poniéndonos frente a frente con las cosas que realmente importan. El amor, el perdón, el valor del tiempo y la familia emergen como pilares cuando todo lo demás parece desmoronarse.
Es cuando el amor se muestra en su forma más cruda; no es solo el afecto romántico o la alegría superficial, sino la fuerza silenciosa que nos mantiene unidos, el abrazo de un ser querido, la mano que sostiene la tuya en silencio, o incluso el recuerdo de quienes ya no
están. Es como si el dolor enmarcara en un espacio más grande para que el amor se posara, recordándonos que, aunque frágil, es lo que nos sostiene.
El perdón, por otro lado, se vuelve un acto de liberación. Después de una pérdida o un golpe duro, es fácil aferrarse al rencor, ya sea hacia uno mismo, hacia otros o incluso hacia la vida misma, pero la tragedia nos enseña que cargar ese peso solo prolonga el sufrimiento. Perdonar no elimina el dolor, sino que lo transforma, permitiéndonos soltar lo que no podemos cambiar.
El tiempo adquiere un valor casi imperceptible cuando enfrentamos lo efímero de la existencia. Una tragedia nos despierta a la realidad de que los minutos no son infinitos.
Cada hora con quienes amamos, cada oportunidad de reír o de sanar, se vuelve preciosa, nos motiva a dejar de posponer a decir lo que sentimos, a actuar antes de que sea tarde.
Es un recordatorio cruel pero necesario de que el tiempo no espera y que la familia, sea de
sangre o elegida, se convierte en el refugio y el espejo de todo esto.
En los momentos angustiosos, son ellos los que nos anclan, quienes nos obligan a seguir adelante, aunque sea a tientas.
Una tragedia puede fracturar lazos, pero igualmente los fortalece, mostrando quién está dispuesto a quedarse en la tormenta. La familia no es solo un apoyo; es el espacio donde el amor, el perdón y el tiempo se entrelazan para darnos sentido. Al final, una tragedia no define la vida, pero sí la desnuda, dejándonos con las verdades esenciales y pidiéndonos que la vivamos con más intención.
Esto es un llamado a amar con más fuerza, perdonar más rápido, valorar cada instante y aferrarnos a quienes nos hacen sentir como en casa.
Rafael Guerrero Peralta