Lo que durante años fue una alianza entre dos de los hombres más poderosos del planeta, finalmente estalló en una ruptura pública que ya muchos anticipaban, pero que no deja de tener consecuencias explosivas: Donald Trump y Elon Musk se han distanciado de forma irreversible, tras semanas de mensajes cruzados, roces ideológicos y presiones entre el poder político y el empresarial.
El desencuentro se hizo visible tras una reunión fallida el pasado 30 de mayo en la Casa Blanca, cuando el actual presidente de Estados Unidos y el CEO de Tesla y SpaceX intercambiaron reproches velados frente a asesores y cámaras. Lo que alguna vez fue un vínculo pragmático basado en intereses compartidos —como la desregulación tecnológica, la promoción del sector privado o el impulso de la inteligencia artificial— ha degenerado en una guerra de declaraciones, egos y poder.
Choque de titanes: ambición y cálculo político
La relación entre ambos comenzó a fracturarse con las aspiraciones presidenciales de Musk, no como candidato directo, pero sí como un actor político cada vez más influyente. El empresario sudafricano ha coqueteado con posturas libertarias, ha financiado campañas independientes y ha utilizado su plataforma social, X (antes Twitter), para criticar las políticas migratorias, arancelarias y climáticas del gobierno de Trump.
Por su parte, Trump ha reaccionado como acostumbra: acusando a Musk de “desleal”, “inestable” y “poco fiable”, incluso insinuando que podría revisar los contratos gubernamentales con empresas del magnate si continúa desafiando su autoridad política.
Este enfrentamiento marca también un quiebre simbólico entre la vieja guardia populista y la nueva elite tecnocrática, dos mundos que compartieron agenda durante un tiempo, pero que ahora compiten por influencia en el electorado y control en el futuro económico del país.
Consecuencias para la política y los mercados
Analistas coinciden en que esta ruptura podría impactar tanto en las elecciones de noviembre como en el comportamiento de los mercados. Musk, con su inmenso poder mediático y financiero, podría erosionar parte del voto conservador tradicional. Trump, en tanto, refuerza su narrativa de “lucha contra las élites”, buscando galvanizar a sus bases con un nuevo enemigo interno: el empresario rebelde que desafía su liderazgo.
Más allá de lo electoral, el distanciamiento también afecta las relaciones entre el gobierno federal y el ecosistema tecnológico, que ahora se mueve en un terreno más incierto. Los sectores de vehículos eléctricos, defensa espacial y plataformas digitales —donde Musk tiene un peso decisivo— podrían enfrentar nuevas tensiones regulatorias o contractuales.
¿Fin de una era?
Aunque no es la primera vez que Trump rompe con antiguos aliados —desde Mike Pence hasta Rupert Murdoch—, este caso tiene particularidades: Musk no es un político, pero se comporta como uno. No ocupa un cargo público, pero influye en millones de votantes. Y a diferencia de otros exsocios, tiene el poder, el dinero y las plataformas para responder.
En Estados Unidos, la llamada “regla Goldwater” desaconseja diagnosticar a líderes sin evaluación clínica. Pero en el caso de Trump y Musk, los síntomas del conflicto han sido públicos, persistentes y altamente disruptivos. No es necesario leer entre líneas para saber que esta ruptura no es solo personal, sino estratégica.
Lo que queda por ver es si este divorcio de poder redefine alianzas políticas de cara al futuro… o si, como en otras ocasiones, se trata de un nuevo capítulo en una tensa relación marcada por la conveniencia, el espectáculo y el oportunismo.