A partir de los 40 años, el cerebro humano comienza a perder alrededor de un 5 % de su volumen por década, y este proceso de atrofia se acelera con la edad. Sin embargo, la ciencia revela que no todo está perdido: aprender nuevas habilidades, en especial tocar un instrumento musical, puede ayudar a frenar el deterioro cognitivo y mantener la mente activa por más tiempo.
Estudios recientes destacan que actividades que suponen un reto mental —como aprender un idioma, practicar un deporte nuevo o pintar— estimulan la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para reorganizarse y generar nuevas conexiones neuronales. Esta reserva cognitiva actúa como un “andamiaje mental” que compensa los efectos del envejecimiento.
Entre todas las actividades, la música parece ocupar un lugar privilegiado. Tocar un instrumento exige coordinación, memoria, lectura y audición, lo que activa múltiples regiones cerebrales de manera simultánea. Investigaciones demuestran que personas mayores que recibieron clases de piano o armónica no solo mejoraron su memoria y funciones ejecutivas, sino que incluso mostraron un aumento en la conectividad cerebral.
Los expertos insisten en que nunca es tarde para empezar. El secreto está en elegir un instrumento que despierte entusiasmo y suponga un reto alcanzable. Ya sea el piano, la guitarra o la batería, lo importante es la constancia y el compromiso.
Más allá de sus beneficios cognitivos, aprender música en la edad adulta también ofrece un poderoso componente social y emocional: mejora el ánimo, refuerza la disciplina y aporta satisfacción personal.
Aunque no podamos detener el paso del tiempo, la música aparece como una herramienta sencilla y accesible para cuidar la salud cerebral. En palabras de los especialistas: el cerebro sigue siendo moldeable durante toda la vida, y la melodía que elijamos puede marcar la diferencia en cómo envejecemos.
