La esencia, aquello invariable, lo fundamental, lo que excede probablemente los sentidos, esos sentidos que se contaminan con las directrices de la vida y sus banalidades. La esencia es lo profundo, yo particularmente lo relaciono con el alma, con el espíritu, con todo aquello que nada tiene que ver con lo material, sino con nuestro ser interior y ser superior.
En tiempos en donde las personas se han convertido en seres vacíos y superficiales, donde las relaciones humanas están sujetas al tener o estar, es complejo mostrar y conocer la esencia, la esencia propia y la ajena. En las relaciones de pareja, las denominadas relaciones amorosas, me pregunto si de verdad hoy existen por amor. Los hombres, se fijan en las apariencias, en mujeres plastificadas, estereotipadas, que decoran su cuerpo y pueden dar cierto placer, mas no alimentan su cerebro ni cultivan su espíritu. Por su lado, las mujeres miran a un hombre por las marcas que luzca, las tarjetas o poder adquisitivo que tenga, el carro que conduzca, pero no por sus verdaderos sentimientos y cualidades humanas, esas que nada tienen que ver con lo que se nos muestra ante los ojos. Igual pasa en la amistad, ya no existe la hermandad por convicciones, por vivencias y experiencias juntos, no hay incondicionalidad; hoy la amistad se circunscribe a quién eres en cuanto a posición y a qué tienes y qué me puede aportar tu presencia. Todo pareciera una transacción.
Descubrir y amar la esencia, es lo que nos lleva a estar en las buenas y malas, en cualquier circunstancia de la vida, más allá de lo físico y de lo material. Es como esos votos matrimoniales de antes, que hoy tal vez sólo se ven en películas; es amar, honrar, apreciar, comprender, entregarse y ser fiel, aunque pasen las peores tormentas y no importa en qué escenario, porque estamos con el otro en el amor o en la amistad, o en cualquier relación humana, por su esencia. Por ese ser al que debemos valorar por sus sentimientos, por sus comportamientos, y tolerar y comprender aquello que tal vez nos hace diferentes, porque ninguno de nosotros estamos llamados a ser perfectos, sin embargo, si vemos con el alma y escuchamos con el espíritu, siempre nos podremos identificar y valorar como seres hijos de Dios, con esa divinidad y chispa cósmica que hoy en el mundo terrenal hemos perdido.
Porque según la frase de Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, “Lo esencial es invisible a los ojos”, yo la complemento con “Te veo con el alma”. Y como dice la canción, “Mira la esencia no las apariencias”.
Ojalá nos dediquemos a elevar nuestro ser y a descubrir y amar lo que realmente vale en el otro.