viernes, mayo 3, 2024
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Los libros pueden curar el alma.

Los filósofos y escritores estaban convencidos de que la literatura podía «curar» el alma. Hay obras literarias que tienen una cualidad sanadora para quienes las leen.

Existen obras literarias acerca de las cuales se puede afirmar que hay consenso (casi) universal sobre su relevancia histórica. Proporcionan una visión profunda de la compleja realidad humana independientemente de las épocas o culturas en las que se han escrito.

Ahí podemos encontrar la Biblia, «La divina comedia» de Dante Alighieri, «Don Quijote de la Mancha» de Cervantes, las novelas y relatos de Dostoievski, Tolstoi, Dickens, Thomas Mann, Kafka y Borges, las obras de Shakespeare y Sófocles, la «Ilíada» y la «Odisea» de Homero, la «Eneida» de Virgilio, etc.

En estos libros, y en centenares de otras obras, se exploran las profundidades del corazón humano, que no ha cambiado en lo esencial a lo largo de la historia.

En ellos se atesoran sabiduría y experiencia humanas acumuladas durante milenios, consensos acerca de lo esencialmente humano, con su carga de verdad y de misterio.

La Biblia es uno de esos libros que explora las profundidades del corazón humano. Y precisamente por contribuir a revelar esa verdad intemporal del ser humano, estas obras literarias poseen una capacidad sanadora de quienes las frecuentan.

Una capacidad que no pasó inadvertida para los antiguos. ¿Hasta dónde pueden llegar los efectos benéficos, terapéuticos incluso, de la gran literatura?

La poesía como terapia: No era otra la función de la catarsis en la tragedia griega: con la «palabra bella» (logos kalós) se buscaba purificar al espectador de sus propias bajas pasiones.

Verlas proyectadas en los personajes de la obra contribuiría a aliviar tensiones y templar la hybris, es decir, poner en su sitio los sentimientos más fundamentales.

En el diálogo platónico Cratilo se viene a decir que los bellos discursos, las palabras adecuadas y hermosas, son capaces de causar sophrosyne (es decir, serenidad) en el alma del enfermo.

Pocos decenios más tarde, Aristóteles enseñaba que el espectáculo de la tragedia es capaz de producir esa operación catártica en el alma del espectador, ese efecto purificador de los discursos bellos.

Los pitagóricos, que consideraban que la música elevaba y purificaba el alma, establecieron así “una especie de farmacopea musical” para los distintos tipos de pasiones y momentos del día.

Aristóteles pensaba que el espectáculo de la tragedia es capaz de producir una catarsis en el alma del espectador.

La narración y su efecto de consuelo: A efectos terapéuticos, el género textual sobre el que más interés ha habido es la narración.

En la medida en que la enfermedad revela un bloqueo interior, el filósofo alemán Walter Benjamin se pregunta «si toda enfermedad no sería curable con tal de que se dejara llevar por la corriente de la narración lo bastante lejos… hasta la desembocadura».

Los románticos llegaron a la conclusión de que los seres humanos no podemos vivir en un mundo totalmente «desencantado», mudo en cuanto al sentido de la naturaleza y de los hechos, en un clima completamente inmanente, sin lugar para las «narrativas» que ofrecen consuelo, como la religión, los ritos, la conexión con el todo, con el cosmos.

En este sentido, el también filósofo alemán Martin Heidegger intuía que la naturaleza y las potencialidades del lenguaje, en concreto de la poesía, abonan el poder que tiene ésta de reconectar con el todo, con lo sobrehumano, con el cosmos.

En línea con lo que creía la generación romántica de finales del XVIII, se trataría de dar «voz a los anhelos perennes del corazón del hombre».

Los libros pueden ser un bálsamo para el alma.

Y apelaban a la poesía, a las emociones que provocaba, porque la sola razón es incapaz de acceder a la totalidad de la persona, abarcarla y comprenderla.

Superior a la razón: El poeta italiano Giacomo Leopardi creía que la razón tiende a ocupar el alma entera. Apoyada en cualquier principio, lo lleva hasta sus últimas consecuencias, incluso cuando contradice a la naturaleza: «La razón es a menudo una fuente de barbarie, y en exceso, siempre lo es».

La razón destruye las ilusiones. Sin estas, los seres humanos no podemos vivir, y esto nos conduce a su contrario, la barbarie. Para Leopardi, la razón debe arrojar luz, pero no provocar un incendio.

El poeta alemán Novalis ya había advertido que «la poesía sana las heridas que la razón inflige».

Fuente: Extracto de artículo de otro título publicado por BBC Mundo.

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